Carlos Malamud
Investigador Principal Área de América Latina del Real Instituto ElCano
Brasil ya es
la sexta economía del mundo. Su proyección exterior la confirma la
organización del campeonato mundial de fútbol (2014) y los juegos olímpicos
(2016). Por eso, ha dejado de ser el país del futuro para ser el país del
presente. Si sumamos otras naciones de América Latina, como Argentina, Chile, Colombia,
Paraguay, Perú, República Dominicana o Uruguay, con espectaculares tasas de
crecimiento; o México, cuyo economía creció más que la brasileña en 2011 y lo
volverá a hacer en 2012, el resultado es espectacular.
El optimismo
reinante en toda la región ha llevado a hablar de "la década de América
Latina". Según las estimaciones iniciales del Banco Mundial en 2012,
América Latina seguirá creciendo a buen ritmo. Este año se espera un incremento
del 3,6%, casi medio punto menos que en 2011. Todos los países crecerán más del
2% y podrán seguir creando empleo y luchando contra la pobreza, como en el
pasado reciente. Sus tasas de crecimiento superan la media mundial,
aunque son inferiores a los países asiáticos emergentes. En 2013 se verá una
nueva aceleración, del 4,2%. Pero, la incertidumbre internacional recomienda
prudencia en el medio plazo. En 2012 no se repetirán el crecimiento de 2010
(7,5% en Brasil, 9,2 en Argentina, o 15,3 en Paraguay), aunque no parece
probable que ningún país entre en recesión.
El crecimiento
reciente fue acompañado por políticas fiscales rigurosas, orden en los sistemas
financieros, control de la inflación, incremento de las reservas de divisas,
reducción del endeudamiento y puesta en marcha de políticas anticíclicas. El
panorama se completa con un imparable proceso de creación de clases medias,
impulsoras del aumento del consumo y del mercado interno. Pero la buena salud
económica no evita los riesgos. La desaceleración de la economía mundial,
especialmente China, puede afectar el precio de las materias primas. América
del Sur es la región más vulnerable del mundo emergente, al basar buena parte
de su crecimiento en la exportación de commodities.
Generalizar
sobre América Latina es difícil y se necesita desagregar por países, mucho más
con la creciente fragmentación política regional. Un déficit notable, sobre el
cual llaman la atención algunos organismos financieros multilaterales (CAF,
BID, etc.) son las infraestructuras. Su rezago tiene importantes costes económicos
y sus efectos resaltan el peso de las fronteras como divisorio.
Las
diferencias nacionales las conocen los inversores españoles. El riesgo cambia
según los casos y la decisión de invertir depende de la oportunidad y
rentabilidad y de la coyuntura económica, política y social y la seguridad jurídica, como muestra el
destino de la inversión española y su evolución. Argentina es un caso
paradigmático. Tras la crisis de 2001 y las políticas posteriores perdió su atractivo.
Mientras, Brasil y México se consolidaban como destinos preferentes de la IED, otros
países, Chile, Colombia o Perú, ganaban peso. Las cifras también hablan
de una realidad más compleja y de dos zonas diferentes: América del Sur y sus
países productores de materias primas (que encontraron en los mercados
asiáticos la clave de su continuado crecimiento) y México, América Central y el
Caribe, más ligados a EEUU y a la producción de manufacturas.
Tanto si se mira a América Latina desde Europa, y
más desde España, como si se atiende la evolución de las últimas décadas, la
región está en una situación envidiable. A esto se suma la pervivencia de
sistemas democráticos que han eliminado las turbulencias del pasado. De ahí, la
tendencia a mirar al otro lado del Atlántico en busca de oportunidades.
Oportunidades para invertir, para las PYME, en la búsqueda de nuevos mercados
para una producción que no encuentra salida en el mercado interior. Todo eso
está ahí, pero para lanzarse a la aventura de los mercados americanos hay que
conocer el terreno y ser prudentes. Hay diferencias culturales y de
comunicación importantes. Parafraseando a Bernard Shaw, podríamos decir que el
español es la lengua común que nos separa, pero que pese a ello tiene un
potencial económico que no se termina de aprovechar totalmente.
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