El déficit de infraestructuras
en buena parte de los países latinoamericanos impide conseguir más competitividad y complica el futuro de algunas de estas economías
Mientras Europa y EE.UU. aún
convalecen por la crisis, América Latina logró en 2011 un crecimiento del 4,3%
según los datos del Banco Interamericano de Desarrollo, en línea con los
avances del PIB previstos para la región a corto y medio plazo. Sin embargo,
una amenaza se cierne sobre ese desarrollo: el déficit de infraestructuras.
Ya lo
advertía recientemente la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
(OCDE). «Las infraestructuras son un importante cuello de botella para la
sostenibilidad del crecimiento, la competitividad e incluso la equidad en
América Latina. La región presenta brechas elevadas no sólo con respecto a los
países de la OCDE, sino también a economías emergentes de Asia y otras regiones
del mundo». Es cierto que en las últimas décadas la dotación de
infraestructuras de Latinoamérica ha mejorado ligeramente, pero menos de lo
debido. Eso ha incidido de manera preocupante en la productividad y constituye
una amenaza muy seria para el futuro.
En sus
informes, el Banco Mundial también analiza el retraso latinoamericano en obras
de gran calado. Existe una dependencia
exacerbada del transporte por carretera, y eso sucede cuando la mitad de las
vías está sin pavimentar. El transporte ferroviario presenta peor situación
aún: un informe de Solchaga Recio &
Asociados recuerda que el volumen de transporte a través de este medio se ha
reducido desde 1990. Entonces, la región
superaba el promedio global en pasajeros por kilómetro y desde entonces ha
caído a la mitad. Con
el transporte aéreo las cosas no van mucho mejor. Se ha incrementado más de un
200% el número de pasajeros y de toneladas de carga, pero los aeródromos
conviven con deficientes sistemas
logísticos, una reglamentación inapropiada y un desarrollo escaso de los
servicios. Con los puertos, a excepción de los chilenos, sucede lo mismo.
¿Y a qué se debe este déficit? El esfuerzo
inversor siempre ha sido insuficiente. El sector público ha pasado de invertir
aproximadamente el 3% del PIB a este capítulo en los años '90 a no destinar, como media,
más del 1% ahora. Eso se ha debido de forma fundamental a un mayor control
sobre las finanzas públicas, fruto de las crisis de los '80, y siempre con el
elevado nivel de endeudamiento como grandes fantasmas. El peso inversor público ha destacado más en
países como Chile y Brasil.
El sector
privado, mientras, sí ha incrementado posiciones, y ahora destina también a
infraestructuras en torno al 1% del PIB, sobre todo gracias a su aportación en
países como México y Colombia. Pero, ¿por qué no ha tenido una mayor
participación? La OCDE, en su informe Perspectivas Económicas de
América Latina 2012, apunta numerosas razones: el poco rigor en las fases de
proyectos de inversión; un sesgo político favorable a nuevas obras y no al
mantenimiento; problemas de regulación de las concesiones (reparto ineficiente
de riesgos o renegociaciones oportunistas); o gestión poco eficaz de las
empresas públicas..
Hay una
cosa clara: invertir en obra pública favorece la competitividad, y una apuesta
en este ámbito en Latinoamérica incidirá en mayor crecimiento del PIB. BBVA
Research cree que el coste de oportunidad de no invertir en esta área
representará una pérdida equivalente al 66,5%
del PIB en promedio en Chile, Perú, México y Colombia.
Dado que el
sector público ha de vivir pendiente del buen estado de sus cuentas (el ejemplo
europeo cunde), las infraestructuras suponen una gran oportunidad para la
empresa privada. Ahora todo depende de su valentía (algunas compañías españolas
como OHL, Acciona, Sacyr o ACS ya la han demostrado) y de la pericia de los
gobiernos latinos para modernizar su
legislación y captar y canalizar con acierto la inversión exterior.
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